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11.8.10

Ginebra, pequeña gran ciudad

Dicen que el protestantismo es la menos falsa de cuantas religiones existen. La que más coherencia guarda en sus preceptos. Y Ginebra, capital suiza y cuna del protestantismo, parece un fiel reflejo urbano de esta religión.

La ciudad centroeuropea no excesivamente grande, tan solo alberga a unos 190.000 habitantes y, sin embargo, podemos encontrar en ella a gente de multitud de nacionalidades, debido en gran medida a la gran inmigración que lleva caracterizándola desde hace años Entre otros, los españoles y, en concreto los gallegos (concellos como Oleiros, Carballo y Ortigueira, sobre todo) han contribuido a dar a Ginebra ese toque cosmopolita y multicultural.

Los habitantes de Ginebra son un ejemplo de civismo en los mil detalles de la ciudad. Desde el respeto por el medio ambiente, que se manifiesta en la limpieza de sus calles o en la existencia de buses eléctricos. O una muestra por excelencia de actitud cívica, como es la forma de comprar los periódicos.

Los lectores pueden acceder a la prensa a través de unos expendedores públicos. El caso es que los expendedores están abiertos. Y la introducción de la moneda es voluntaria. No obstante, el sistema funciona perfectamente. Algo inimaginable en España, me temo.


Al igual ocurre con los autobuses urbanos (como dijimos, de funcionamiento eléctrico), en los que existe la posibilidad de subirse sin haber sacado previamente el ticket. En rarísima ocasión se comprueba si los usuarios del servicio llevan consigo el billete. Y el sistema también funciona. Me gustaría, aunque sólo fuese por medir nuestro grado de civismo, que en alguna ciudad española se instaurase el sistema. Me gustaría, pero me da bastante miedo el resultado.

En bastante frecuente encontrarse entre los habitantes ginebrinos con la opinión de que los edificios y, en general, el patrimonio histórico ha sido objeto de cierta laxitud en cuanto a su conservación. No dejó de impresionarme esta apreciación, fruto sin duda de un espíritu crítico instalado en la sociedad de la ciudad. No cabe duda de que, si esta gente se pasasen por nuestro país se les caería el alma a los pies, con los destrozos y la escasa –por no decir nula- capacidad de conservación y respeto hacia nuestro patrimonio histórico y artístico.


Uno puede darse un paseo junto al lago, visitar la pequeña isla dedicada a Rousseau, acercarse al cementerio de personajes ilustres, subir y contemplar las vistas de la ciudad desde la catedral de Saint Pierre y comprobar como poco a poco le va embargando un sentimiento de orden y cuidado. En cuanto a la catedral de Saint Pierre, es digna de mención la incoherencia que nos han legado los vaivenes históricos. Se trata de una catedral protestante, reformada para tal fin: austera y sin imágenes. Y, sin embargo, lleva el nombre de un santo: Saint Pierre. Curiosa herencia histórica para una catedral protestante.



















Otra curiosidad que no pasa desapercibida es lo que han decidido hacer con el popular reloj cubierto de flores, uno de los elementos, junto con ‘el chorro de agua’, más simbólicos de la capital suiza. Con motivo de la celebración del ‘año de la biodiversidad’, en 2010, han sustituido los motivos floreados por plantas de helecho. Un acto ecologista que algunos atacan por su carácter simbólico que de poco sirve, sino para limitar en cierta medida la simbología ginebrina.

Uno de los problemas a los que se enfrentan los residentes en Ginebra tiene que ver con el acceso legal a panteones y nichos. No pueden comprar un lugar para el descanso de sus allegados, sino que la única posibilidad es adquirir una licencia de quince años. A los quince años, la licencia se extingue, sin posibilidad de ser renovada, y se procede a remover la tierra. Aunque se trata, en mi opinión, de una organización injusta (no es positivo que en plazos de 15 años veamos desaparecer los lugares de supuesto descanso eterno de nuestros allegados), la solución adoptada probablemente se deba a la falta de espacio físico para mantener las tumbas de todo el mundo.

Una ciudad a tener en cuenta, tanto para visitar como para inspirar nuestra actitud cívica.

3 comentarios:

natalia dijo...

ordenes, no oleiros... y creo que lo de los nichos era más de 15 años... 20 puede ser?¿?¿

Roi RF dijo...

"concellos como Oleiros, Carballo y Ortigueira, sobre todo, han contribuido a dar a Ginebra ese toque cosmopolita y multicultural"
una frase que ni los mismísimos guionistas de Desde Galicia para el Mundo habrían expresado mejor. En el caso de Ortigueira, no solo aumentan el mestizaje cultural sino que también el mestizaje de especies.

Santi dijo...

jajajaja. pa descojonarse. de hecho españoles (supongo que mayoritariamente gallegos) y portugueses no gozaban de muy buena reputación por lo que pudimos comprobar.

Cada vez que pasaba un coche tuneado con las ventanillas bajadas y la música tecno a tope, había una ligera sospecha en el ambiente de la nacionalidad del conductor...

Cierto, Natalia. Ordes creo que también era un punto importante, mucho más que Oleiros.